Pregunto: ¿Cómo puede una sociedad preparar a sus ciudadanos para que éstos no sean víctimas propicias de quienes pretenden manipularlos? El objetivo de la conferencia que motiva este artículo es determinar “el abc de la educación contra la manipulación”. Para lograrlo, resultaría esencial empezar estableciendo una distinción nítida entre lo que es manipular y lo que significa simplemente persuadir.
Podemos definir persuasión como “un proceso por el que un comunicador intenta influir en las creencias, las actitudes y la conducta de otra persona o grupo de personas a través de la transmisión de un mensaje ante el que el auditorio mantiene su libertad de elección” (Martín Salgado, 2002: 21). Todos somos objeto permanente de intentos de persuasión: por parte de políticos, periodistas, vendedores, sacerdotes, jefes y/o subordinados e incluso nuestra propia familia y amigos. La práctica totalidad de los intercambios comunicativos son en mayor o menor medida intentos de persuasión. Pero esto nos los convierte, como equivocadamente se cree a menudo, en intentos de manipulación. La clave de la definición de persuasión, lo que diferencia este fenómeno de la manipulación, es que respeta la libertad de aquellos a quienes el comunicador quiere persuadir. Por el contrario, la manipulación roba a quien escucha la capacidad de decidir
El engaño de los manipuladores no siempre consiste en una burda mentira fácil de desactivar o en la utilización de complicados mensajes subliminales aparentemente imperceptibles y capaces de lavarnos el cerebro. Esos son casos indiscutibles y quizá por eso menos peligrosos. Sin embargo, se puede manipular, y es lo que ocurre más a menudo, de forma sutil: a través de las medias verdades, los falsos silogismos, los atajos del pensamiento, la tergiversación de las fuentes, las rutas periféricas, las emociones, los estereotipos y las etiquetas. Nuestra defensa ante esas estrategias se complica aún más si añadimos que no siempre que se emplean esos caminos el resultado es un caso de manipulación.
Tomemos como ejemplo lo que popularmente se denominan medias verdades. ¿Manipula quien no comunica todo lo que sabe? No necesariamente, pues un legítimo intento de persuasión no tiene por qué ser exhaustivamente informativo, y en ese sentido podemos entender que quien lo lleva a cabo no va a presentarnos ciertos datos sobre el asunto en cuestión si éstos no sirven a su propósito. Si el Gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero quiere recabar apoyos para lo que ha denominado el proceso de paz con ETA y no transmite a cada instante todo lo que de éste conoce, tal ocultación no tiene por qué entenderse en sí misma como un ejercicio de manipulación hacia los ciudadanos. Por contraste, un ejemplo de media verdad que sí ha sido flagrantemente manipulativa sobre la misma cuestión es el vídeo editado por el PSOE para transmitir la idea de que el PP cedió más en la anterior tregua de ETA; para ello disponen una serie de declaraciones de los miembros del Gobierno de José María Aznar excluyendo sistemáticamente su contexto y también omitiendo todas aquellas expresiones en las que los mismos hicieron explícita su negativa absoluta a pagar un precio político. La manipulación en este caso se redondeó al presentar el montaje con el argumento tan común como falaz de que “las imágenes no mienten”. Con las imágenes, desde luego, también se puede mentir
De la misma forma, una idea tan extendida como falsa es la de que quien apela a las emociones en una argumentación es sospechoso de tener un afán manipulativo. Lo cierto es que se nos puede intentar manipular a través de la razón, por ejemplo estableciendo falsas argumentaciones en las que la conclusión no se sigue de las premisas o aportando cifras o estadísticas que nada tienen que ver con el debate en curso pero que están destinadas a añadir una aparente credibilidad a las posiciones. Por otro lado, que actuemos guiados por un mensaje emocional no denota necesariamente que estemos siendo manipulados. A veces puede ser más que razonable que quien nos quiera persuadir utilice argumentos que apelen a las emociones, ya que forman parte indisociable –y afortunadamente irrenunciable- de nuestro ser.
Un último ejemplo de cómo lo que consideramos habitualmente que es manipulativo no necesariamente lo es consistiría en la utilización de estereotipos y atajos cognitivos. Lo cierto es que necesitamos estos recursos para seleccionar, organizar y reducir la información extremadamente abundante y en ocasiones excesivamente compleja que llega hasta nosotros. Contamos con reglas heurísticas que nos permiten, por ejemplo, deducir la ideología de un candidato en función del partido al que pertenece, la tendencia de un comunicador en función del medio en el que aparece, el carácter de una persona en función de uno de sus actos, los rasgos de la personalidad en función de la apariencia, etc. Este tipo de atajos sin duda nos convierten en personas más manipulables cuando quien comunica los aprovecha para construir argumentos que no pasarían la criba de la lógica o el análisis exhaustivo de la información. Sin embargo, eso no impide que sean atajos útiles e incluso podemos admitir que no podríamos vivir sin ellos.
¿Quién podrá ayudar al ciudadano a discernir entre las legítimas estrategias de la comunicación persuasiva y la manipulación? Creo que, por muchos objetivos que se le hayan encomendado ya, también ésta tiene que ser una responsabilidad fundamentalmente encomendada a la escuela.
2. El sistema educativo, primer embate contra la manipulación
En primer lugar, la escuela es el lugar indicado para crear los primeros escudos contra la manipulación porque somos objeto de mensajes manipulativos desde nuestra infancia, con lo que puede afirmarse que nunca será demasiado pronto para aprender a detectarlos.
Por simple pragmatismo, deberíamos concluir que la existencia de casos de manipulación no se puede evitar tratando de reducir el número de manipuladores, sino más bien el número de personas que resultan fácilmente manipulables. Dicho de otra manera, la única forma de combatir la manipulación es incidir en la preparación del receptor de los mensajes, pues no es posible ejercer un exhaustivo control sobre quien comunica, especialmente si queremos preservar libertades tan preciosas como la de expresión y prensa. No es éste el lugar para hacer una reflexión sobre la utilidad o pertinencia de los códigos deontológicos, pero baste con recordar que su existencia no ha servido nunca de barrera a quienes pretenden conseguir sus fines sin reparar en los medios.
Uno de los mejores esquemas que explican cómo funciona la comunicación persuasiva es el Modelo de probabilidad de la elaboración de los mensajes diseñado por Petty y Cacioppo (1986). Este modelo identifica dos posibles rutas que pueden seguir los mensajes persuasivos que llegan a nosotros: la central y la periférica. A través de la periférica, el receptor apenas presta atención al mensaje, no le dedica ningún esfuerzo y lo interpreta basándose en atajos heurísticos y estereotipos. Por el contrario, si el mensaje sigue la ruta central, eso quiere decir que el receptor realiza una evaluación crítica y detallada de los argumentos presentados y la influencia de éstos vendrá determinada por su resistencia al escrutinio del receptor. Es evidente que la ruta periférica presenta un camino más llano para la manipulación. Pues bien, según este modelo, el hecho de que el mensaje siga una u otra ruta, de que sea o no elaborado, depende de dos factores que son nuestra motivación y nuestra capacidad para pensar y analizar la información. Cuando quien escucha no tiene interés en la materia, le falta un conocimiento previo o el nivel de educación indispensable para analizar el mensaje, la vía de persuasión más eficaz es la periférica. Por decirlo de forma sencilla, los mensajes buscan receptores con la guardia baja. A través de la ruta periférica, la persuasión se logra por factores externos como que el comunicador nos resulte simpático, le otorguemos credibilidad sin base racional alguna, tenga lo que popularmente llamamos carisma, compartamos su origen o su color o simplemente creamos que tiene razón porque ya hay muchos otros que están de acuerdo con él.
No podemos pretender que todos los mensajes que nos llegan sigan la ruta central, pero sí que al menos seamos conscientes de cuándo no lo hacen y del porqué de su eficacia. En mi opinión, la escuela es un lugar propicio para que los niños y jóvenes comiencen a hacer esa distinción, que aprendan por qué los mensajes que les llegan a través de la televisión o de sus compañeros les convencen, les atraen o les impulsan a hacer algo. Considero que la escuela hoy no está aportando los conocimientos necesarios sobre las reglas básicas de la argumentación y el debate, que no se enseña cómo presentar una posición de forma efectiva o cómo detectar y rebatir argumentos falaces, herramientas que les serían útiles a todos los alumnos independientemente de la profesión que elijan después. Y que, por supuesto, les harían, si no inmunes, al menos más resistentes a la manipulación.
Puesto que la Fundación Giménez Abad me ha pedido que debata sobre el abc de la educación contra la manipulación, he intentado ceñir mi análisis a una tríada de principios esenciales que, en mi opinión, pueden contribuir a ese objetivo de proporcionarnos un escudo contra la manipulación: son la libertad, la individualidad y una educación pragmática que incluya tanto los medios audiovisuales como una alfabetización emocional. En las siguientes líneas trataré de explicar por qué.
3. Educación para la libertad.
En la introducción de este trabajo se sugería que somos manipulados si nos roban la capacidad de elegir. El manipulador por definición no quiere hombres libres, sino un auditorio cautivo y cautivado. Por eso una de las misiones fundamentales de nuestro sistema educativo debería ser la de preparar a los alumnos para la libertad.
Preparar para la libertad significa, en primer lugar, dar a conocer sus límites. El debate sobre la autoridad en la escuela resulta inabordable en la extensión de este trabajo y queda fuera de nuestro enfoque, pero no se puede dejar de recordar la advertencia de Aristóteles: no puede mandar bien quien no ha obedecido.
A partir de esta premisa, coincido con Gutmann (1989:69) en que uno de los fines de la educación es hacer a los ciudadanos capaces de participar en las decisiones de la sociedad democrática. Y puesto que la premisa de la sociedad democrática es la variedad de alternativas, la escuela tendría que ser un microcosmos de esa gran sociedad. Hasta ahora, lamentablemente, la diversidad de la planificación educativa se ha expresado de otra forma: cambiando cada vez que lo hacía el partido en el Gobierno. El hecho de que nuestras leyes educativas tengan que ser modificadas cada vez que lo hace el signo del Ejecutivo revela de forma vergonzante cómo se está instrumentalizando esa educación, lo que no deja de ser una forma de manipular a los alumnos.
Mientras exista la sombra de la duda sobre la instrumentalización política de nuestro sistema educativo, hay razones más que sobradas para tomar la creación de una asignatura destinada exclusivamente a la transmisión de valores con todas las cautelas. Sin duda que la escuela tiene una elevada e irrenunciable responsabilidad en la transmisión de valores, pero, ¿realmente es necesario crear una materia destinada específicamente a ese propósito? ¿Quién definirá los valores a comunicar y los ejemplos que los sustancian?
Pondré un ejemplo de inapelable vigencia: el concepto de paz. Nadie en su sano juicio podrá afirmar que está en contra de la paz. Como el resto de los valores de valencia positiva (futuro, progreso, bienestar, prosperidad, etc.), su sola mención genera un consenso universal. Ahora bien, asociados a una determinada posición política, el consenso sobre los valores disminuye. ¿Sería legítimo transmitir a los alumnos que lograr la paz es el objetivo primordial aunque se tenga que alcanzar a costa de la libertad en el País Vasco o de ceder ante las peticiones de unos terroristas? ¿Bastará con añadir a un proceso político las palabras “de paz” para convertirlo en intrínsecamente bueno? ¿Es paz la simple ausencia de violencia? El riesgo de manipulación cuando se hace política con los valores es evidente. Por eso habrá que evitar a toda costa que la educación en valores –o para la ciudadanía, o como quiera llamarse esta nueva asignatura- acabe convirtiéndose en el adoctrinamiento del partido de turno.
En este sentido creo necesario insistir en que lo que debe procurar la escuela es la educación no de valores sino en valores. Frente a una asignatura de valores, la educación en y con valores significa la transmisión de unas actitudes básicas en todo tiempo y lugar, no a través de la teoría, sino de la experiencia. Sólo así los alumnos podrán aprender y aprehender de forma duradera lo que significan aquellos valores que queremos que guíen su existencia.
Entre esos valores en los que merece la pena educar al alumno está, de nuevo, la libertad, pero no como un concepto abstracto o ajeno, sino de aplicación cotidiana. Educar en y para la libertad significa transmitir a los alumnos un espíritu crítico, cuestionador, que busque las verdades sin dogmatismos pero tampoco sin caer en un relativismo que es fruto, la mayoría de las veces, de la pereza. Lo deseable sería no sólo que los profesores se cuidaran mucho de transmitir sus propios estereotipos particulares como verdades únicas e indiscutibles, sino que además estuvieran atentos a los que circulan entre los alumnos para desafiarlos.
4. Educación para el individuo.
Una de las formas más recurrentes de manipulación consiste en utilizar la presión del grupo. Así lo registró de forma sorprendente Solomon Asch, uno de los pioneros en el estudio de la psicología social, al estudiar cómo las personas modificamos nuestros juicios y formamos nuestras impresiones. Uno de sus experimentos consistía en pedir a unos estudiantes que participaran en una “prueba de visión”. En realidad todos los participantes del experimento excepto uno eran cómplices del experimentador y el experimento consistía en ver cómo el estudiante restante reaccionaba frente al comportamiento de los cómplices. Los pacientes estaban sentados en una clase y se les pasaba una tarjeta con una línea estándar y luego otra con tres líneas, siendo únicamente una la línea estándar. Cuando la mayoría de los sujetos compinchados decía que dos líneas con varios centímetros de longitud de diferencia eran iguales, un 32% de los sujetos no cómplices señaló también la línea equivocada. Dentro de ese 32% se distinguían además tres grupos: los que distorsionaban su juicio porque lo que decía el grupo les generaba dudas, los que sabían que estaban dando la respuesta incorrecta pero no querían enfrentarse al grupo, y los que distorsionaban su percepción, llegando a creer que la línea equivocada era la correcta de la misma forma que en la fábula todos creían ver al emperador vestido.
En sociología electoral, este principio se conoce como el efecto bandwagon o de voto al ganador. Una de las fuentes de voto oculto más común en las encuestas son las personas que no quieren expresar su disposición a votar a un partido cuyas posibilidades de ganar parecen escasas. Y en la vida cotidiana este fenómeno lo representan las modas, la publicidad que nos anima a comprar los productos más vendidos, aquellos que dicen que miles y miles de personas no pueden estar equivocadas, las risas enlatadas de la televisión, o lo duro que nos resulta permanecer sentados en un auditorio en el que todo el mundo se pone en pie para aplaudir.
De ahí que sea tan importante que el sistema educativo prevenga esta tendencia a fundirse en la masa y contribuya en cambio al desarrollo de individuos responsables. Dejemos claro, por supuesto, que la tendencia a convertir la individualidad en sinónimo de insolidaridad es una de las mayores falacias a las que nos han sometido ciertas ideologías.
Fomentar la individualidad significa en la escuela, ineludiblemente, recuperar la ética del esfuerzo y de una responsabilidad personal, que no se diluya en el grupo. Aunque la LOGSE establecía que la educación debía contribuir “al pleno desarrollo de la personalidad del alumno”, en la práctica ese principio ha sido consistentemente vulnerado a causa del afán de mantener grupos compactos. El resultado es que nuestro sistema educativo tiene uno de los niveles de calidad más bajos y de las tasas de fracaso más altas de Europa.
Ahora bien, la cesión de la competencia educativa a las distintas comunidades autónomas ha demostrado ser a este respecto uno de los peores errores de nuestra democracia. En vez de querer competir en calidad, varias autonomías, y muy destacadamente las gobernadas por partidos nacionalistas, han puesto todo su esfuerzo en convertir las escuelas en una cantera de futuros seguidores. La educación en estas comunidades ha adquirido un carácter flagrantemente particularista y adoctrinador, en el que el pueblo adquiere más importancia que el individuo y el valor de éste estriba en su pertenencia al grupo. Hay ejemplos documentados de la manipulación descarada que se ha hecho en Cataluña o el País Vasco de la Historia o de la Geografía Política. En las aulas de estas comunidades, los hechos se subordinan a la creación de opinión. Se enseña a los alumnos con mapas de los siete territorios de Euskal Herria o de los Países Catalanes y se les confronta con una España que invadió su supuesta independencia. Los profesores se han convertido, algunos con gusto y otros con gran pesar, en brazos ejecutores del poder político. ¿Cómo pretender en estos casos que la escuela imparta una educación contra la manipulación cuando se la ha convertido en uno de sus principales agentes?
5. Una educación pragmática contra la manipulación
Existen dos cuestiones que, si bien todos pueden reconocer su importancia en el terreno de la comunicación persuasiva y la manipulación, su presencia en las aulas es entre escasa y nula. Me refiero por un lado a la comunicación audiovisual frente a la escrita y, por otro, a las emociones frente a la razón.
“Si es lamentable que en la televisión haya a menudo un mundo de emoción sin reflexión, también lo es que la escuela sea con demasiada frecuencia un mundo de reflexión sin emoción” (Ferrés, 2000:165). La enseñanza que se imparte actualmente se desarrolla casi en exclusiva a través de la palabra escrita y de los libros. Tal cosa ocurre en parte porque se entiende que fuera del aula el niño es bombardeado con mensajes audiovisuales, de manera que la escuela es el último reducto que queda para acercarle a los libros. Sin embargo, la eficacia de esta estrategia es muy cuestionable. Por un lado, porque muchos niños pueden acabar asociando los libros exclusivamente a la escuela, y en consecuencia a algo impuesto y aburrido. Pero también, y lo que es más relevante para nuestro análisis, porque si la escuela es un centro de preparación para la vida, ésta no puede desarrollarse de espaldas a lo que ocurre fuera de ella. Al contrario, debería integrar una formación para que los pequeños a la hora de enfrentarse a las imágenes, y muy especialmente a la televisión, puedan hacerlo en las mejores condiciones.
Se han hecho algunos retratos catastrofistas que advierten contra este tipo de nuevo ciudadano dominado por los medios audiovisuales. Uno de los más conocidos es la contraposición que Giovanni Sartori (2002) hace del homo sapiens que reflexiona frente al homo videns que crece junto a la televisión y ve pero no entiende. Sin embargo, ver la televisión como un terrible enemigo a batir puede convertirse en uno de esos esfuerzos que, por inútiles, conducen a la melancolía. ¿No podría la escuela contribuir a que quien vea también entienda? ¿O es mejor que se erija en un castillo de papel y tinta en batalla eterna con las imágenes? El dilema entre libros o televisión es artificial y desde el momento en el que la escuela se empeñe en perpetuarlo estará perdiendo una oportunidad de educar en un medio tan eficaz como omnipresente. Ignorar su existencia permitirá, entre otras cosas, que los políticos puedan hacernos creer que todo lo que se transmite a través de imágenes es veraz.
Por un lado, tenemos mucho que explorar sobre cómo se pueden integrar los medios audiovisuales para transmitir mejor los contenidos. Sin embargo, para la cuestión que nos ocupa, lo que convendría es aportar unas nociones de lectura crítica de esos medios audiovisuales que consistiera básicamente en “desmontar la aparente naturalidad de las imágenes y en discutir la supuesta „transparencia‟ de los medios audiovisuales” (Fecé, 2000:136).
Simultáneamente, en la escuela domina la filosofía de que las aulas son el ámbito de la razón frente a los sentimientos, cuando es evidente que en la vida real de las personas estos dos ámbitos no aparecen disociados. ¿No sería más útil que la enseñanza transmitiera a los jóvenes qué significa exactamente dejarse llevar por las emociones, qué mensajes están destinados a apelar exclusivamente a sus afectos, cómo detectarlos y descodificarlos?
¿Qué papel tiene la escuela respecto a la transmisión de la inteligencia emocional? Este concepto, acuñado por los doctores Peter Salovey y John Mayer pero popularizado por el investigador y periodista Daniel Goleman (1995), hace referencia tanto a competencias emocionales personales (la conciencia de las propias emociones, el control de impulsos o la motivación) como a competencias emocionales sociales (empatía, habilidades para comunicar eficazmente, para inspirar y dirigir a grupos, para resolver conflictos, etc.).
¿Tiene la inteligencia emocional un lugar en la escuela? Hasta ahora hemos estado más acostumbrados a un concepto de educación que imparte saberes. Incorporar la inteligencia emocional exigiría sin embargo un sistema educativo que prestase mayor atención a la transmisión de competencias. Y eso requiere también un profesorado especializado. Los casos de violencia e indisciplina en las aulas podrían servir para justificar la importancia de esta cuestión, pero sólo son ejemplos extremos de una necesidad generalizada. Un mejor conocimiento de cómo funcionan nuestros afectos y cómo influimos en los ajenos, es decir, una alfabetización emocional, sería útil para todos y lo sería en las más diversas esferas de nuestra existencia. Desde luego, sería indispensable para la cuestión que nos ocupa: la creación de defensas contra la manipulación.
6. El papel de los medios de comunicación contra la manipulación
He dejado a propósito el comentario sobre los medios de comunicación para el final porque, aunque puedan ser agentes que nos ayuden en la tarea de desmontar intentos de manipulación, es evidente que también a menudo se convierten en los protagonistas de esos ejercicios. Los medios de comunicación tienen encomendada una misión informativa, pero resulta imposible desligarla de su legítima intención persuasiva, habitualmente conocida como la línea editorial, pero presente en todas las informaciones aunque sólo sea por el inevitable ejercicio de selección y enfoque de aquéllas. El problema surge cuando esa intención legítima de persuadir deriva en un afán manipulador del lector, oyente o espectador, que se convierte en un mero medio para que la empresa alcance sus fines.
En un sistema democrático en el que impera la libertad de expresión, se entiende que el mercado ha de servir de corrector para quienes así denigran la profesión periodística. Se entiende que el ciudadano, teniendo acceso a las distintas versiones de la realidad, elegirá la que le resulte más veraz destinando a las otras al fracaso comercial. El problema es que en la práctica eso no ocurre, pues la mayoría de las personas no tienen ni el tiempo, ni la energía ni la motivación para contrastar los distintos medios a su alcance. Por el contrario, está comprobado el fenómeno de la exposición selectiva, según el cual las personas tienden a leer los periódicos, escuchar las radios y ver las televisiones que defienden y refuerzan sus opiniones previas
En este sentido, vuelve a cobrar vigencia la idea que encabezaba este trabajo, y es que conviene que el ciudadano ya se acerque a los distintos medios con unas nociones básicas sobre cómo éstos pueden manipularle, que cuente de antemano con un espíritu libre y crítico que le anime a no engullir todo lo que le dice uno de de los medios por la simple razón de que es “el suyo”, de que es el más comprado o de que es en el que opina su columnista de referencia.
Más allá de casos concretos de manipulación, me gustaría acabar este análisis con una reflexión sobre tres conceptos que los medios utilizan a menudo como sinónimos con la intención de manipular a su público. Me refiero a la objetividad, la neutralidad y la independencia.
Creo que la distinción entre los conceptos de independencia y objetividad o neutralidad en los medios debe ser enfatizado para no engañar al público. Basta con recurrir al Diccionario de la Real Academia Española para comprobar que no son sinónimos, pues un medio neutral sería aquel que “entre dos partes que contienden, permanece sin inclinarse a ninguna de ellas” y un medio objetivo sería aquél “desinteresado y desapasionado” que transmite “lo que existe realmente, fuera del sujeto que conoce”, mientras que un medio independiente es aquel que es “libre, autónomo, que no es tributario o depende de otro”.
A raíz de estas definiciones, podemos obtener cuatro conclusiones: un medio puede tomar partido sin perder su independencia, puede también, por el contrario, pretender una apariencia de neutralidad y sin embargo no ser independiente. Un medio puede abogar en una determinada contienda electoral por una fuerza política sin que eso signifique que esté comprometido con ella y puede tener un mayor interés en presentarse como neutral ante sus lectores precisamente cuando está comprometido con una fuerza política.
Considero a este respecto que el modelo más admirable es el característico pero no exclusivo de la prensa anglosajona, es decir, aquél que termina una campaña electoral tomando partido explícito y argumentado a favor del voto por un candidato determinado. Entre los detractores de este modelo es donde encontramos la confusión entre lo que significa la independencia de un medio frente a su supuesta neutralidad. Por ejemplo, según señalaba hace unos años el periodista Antonio Franco cuando todavía era director de El Periódico de Cataluña, “si hiciéramos un pronunciamiento directo de sigla o nombre final el día antes de ir a las urnas, creo que correríamos el riesgo de que esto en el fondo sería aceptado por muchos de los lectores o de los oyentes como un factor de recorte de la credibilidad del medio y de su independencia” (Franco, 2003: 131).
En España se da el paradójico caso de que medios que no muestran reparos a la hora de poner su labor informativa al servicio de una opción política se niegan después a argumentar con transparencia a favor de ella al final de una campaña, aunque sí lo hagan en negativo contra su principal adversario. Frente a semejante hipocresía, el modelo anglosajón destaca por su honestidad: primero informa y después argumenta. Y argumenta, importante es decirlo, en positivo.
7. Conclusiones
La educación puede ser la única herramienta eficaz contra la manipulación, siempre que proporcione, junto a los saberes, competencias. La importancia de los saberes como escudos contra la manipulación ha sido en ocasiones magnificada. Es innegable que en aquellas cuestiones que dominamos a través del saber a un manipulador le resulta mucho más difícil doblegarnos, ya que sus mensajes se ven obligados a circular por la ruta central de la persuasión y son sometidos a nuestro escrutinio. Sin embargo, el número de cuestiones en las que podemos convertirnos en expertos es objetivamente limitado. Por eso la única posibilidad de éxito es que contemos con unas nociones básicas sobre las estrategias que el manipulador utiliza para hacerse con nuestra voluntad a través de la ruta periférica.
Considero que la escuela está haciendo hoy un insuficiente esfuerzo a este respecto. No se transmite a los alumnos ni un conocimiento básico sobre las estrategias de legítima persuasión ni sobre las de manipulación. El alumno debería abandonar la enseñanza básica conociendo al menos las más recurrentes falacias argumentales, incluso aunque ignorase su denominación en latín. Debería ser capaz de detectar cuándo alguien le está imponiendo el significado de las palabras. Debería saber cómo se puede engañar no sólo con palabras, sino también con imágenes. Tendría que poder detectar si la apelación a sus afectos es oportuna. Tendría que tener un mayor dominio sobre cómo funcionan tanto sus emociones como las ajenas. No debería permitir que alguien le cautive apelando simplemente a su pertenencia a un grupo. Debería recibir, en suma, alguna inoculación contra la manipulación a la que sin duda se tendrá que enfrentar casi a diario.
Soy sin embargo consciente de lo irreal que resulta pedir que se introduzcan clases de retórica, debate o lógica cuando lo que está ocurriendo es que se reduce el ya ínfimo número de horas dedicado a la lengua. Sin embargo, más allá de las materias que se imparten, creo que resulta ilusorio esperar que un poder político que ha demostrado su propensión a convertir las escuelas en un nido de seguidores tenga algún interés por que de él salgan ciudadanos libres y bien armados contra la manipulación. ¿Cómo van a querer transmitir a los jóvenes unas estrategias quienes piensan utilizarlas en su provecho? ¿Por qué iban a contribuir a la formación de individuos libres los partidos que prosperan con la existencia de una masa homogénea y dócil?
En una sociedad así, los medios de comunicación podrán de cuando en cuando ejercer su papel de perro guardián y denunciar los intentos de manipulación de las distintas formaciones políticas y también de otros agentes sociales. Sin embargo, no es justo ni realista encomendar una labor pedagógica sobre la manipulación a los medios. En un mercado con libertad de prensa y expresión, corresponde a quien elige elegir bien, y para eso una buena formación tiene que preceder a la elección, tanto de los medios como de los políticos.
Así pues, hasta que nuestra sociedad no encuentre la fórmula para desgajar el sistema educativo de los intereses partidarios y ponga todo su esfuerzo en crear un modelo de excelencia donde la calidad sea el primer objetivo, no hay grandes motivos para la esperanza. Desde luego, tampoco los hay de que esto ocurra pronto cuando, a pesar de los malos resultados y del elevado nivel de fracaso escolares, la educación es sólo, según el barómetro del CIS realizado en noviembre de 2006, el octavo problema que más preocupa a los españoles, mencionado como uno de los tres primeros por tan sólo un 7,1% de los encuestados.