Todos sabemos que la utilización de la mentira como arma política tiene una larga historia. En el arte de la guerra, Sun Tzu (s. V a. C.) ya afirmaba que el más eficaz instrumento bélico es el engaño. Por su parte, Lenin y Trotsky decían también que:
«la mentira es un arma revolucionaria».
Por ora parte, durante el período de entreguerras del siglo pasado parecía que todo estaba permitido, mientras los extremismos competían por ver quién iba más allá en la utilización de las mentiras, las argucias y las exageraciones. Aquel fue un tiempo terrible, en el que la agudización de los problemas sociales corrió paralelo a una agudización de los conflictos y a unas confrontaciones políticas en las que se pensaba que todo valía para conseguir determinados objetivos. Y como no podía ser de otra manera, al final las palabras cargadas de odio, las mentiras políticas y la instrumentalización y la cosificación de las personas acabaron conduciendo a una guerra cruel e inhumana, en la que no había más verdad que la lógica impuesta por los contendientes y los vencedores.
«No pueden ver con indiferencia los militares la causa pública que pueden llamar suya, por sus sacrificios, a tiempo que otros la quieren arruinar».
SIMÓN BOLIVAR
Conceptualizando brevemente la mentira
La mentira, según la RAE, es una «expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente». El hecho de comunicar mentiras se llama Kenia, y es utilizado por las personas para fingir, engañar, aparentar, persuadir o evitar situaciones. Por otro lado, es frecuente el uso de las mentiras piadosas, con intenciones benevolentes que eviten situaciones desagradables o dañinas.
El término mentira tiene varios usos en el lenguaje y se aplica a niveles diferentes, por ejemplo al de la comunicación (cuando uno busca engañar con sus palabras), o al de las actuaciones (cuando uno finge algo contrario a lo que siente o a lo que es).
En general, el término «mentira» tiene una connotación negativa y, dependiendo del contexto, una persona que miente puede ser objeto de sanciones sociales, legales, religiosas o penales; por ejemplo, el perjurio, o el acto de mentir bajo juramento, puede dar lugar a cargos penales y civiles contra el perjuro.
La mentira infiltrada en la política
Toda persona que aclamó alguna vez la violencia como su método debe inexorablemente escoger la mentira como su principio… nada disfraza a la violencia excepto la mentira, y la única manera a través de la cual puede sostenerse la mentira es mediante la violencia (…) La violencia demanda también de sus víctimas el vasallaje a la mentira, la complicidad con la mentira”, escribió Alexander Solzhenitsyn.
Cuando una mentira se entreteje con otras y ese detestable recurso se esgrime como arma política, ese entramado adquiere carácter de sistema. La mentira organizada e institucionalizada se llama mendacidad.
No se trata de mentiras aisladas y ocasionales, sino de un conjunto de falsedades deliberadas, perseverantes y articuladas. La mentira organizada es un insumo vital para edificar, y poner o mantener en pie, un régimen totalitario.
En un Estado autoritario se considera lícito alterar la verdad, reescribir retrospectivamente la historia, distorsionar las noticias, suprimir las verdaderas, agregar falsas: la propaganda sustituye a la información”, dice Primo Levi.
La mendacidad suele arraigar en pequeños grupos, aunque es en regímenes totalitarios donde logra pleno despliegue, al estructurarse de forma intencional como brazo del Estado con esa función específica.
Si bien en el Estado totalitario la mendacidad es sistemática y funciona como uno de sus engranajes, las democracias no son indiferentes al uso de “mentiras útiles”, al menos, para la autoridad que las elabora y distribuye.
Aunque la mentira siguió un curso sinuoso, esa trayectoria tenía límites que se podían reconocer. Frente a ese viejo concepto, Koyré y Hannah Arendt sostuvieron que tales fronteras se fueron haciendo borrosas: “la mentira ha alcanzado una especie de absoluto incontrolable”. No se miente solo en oscuridad, sino “a plena luz del día”, disfrazando la mentira como verdad.
Si, como afirma Arendt, la política es un lugar privilegiado de la mentira, los regímenes totalitarios son su supremo reino. En ese desborde de límites, con el propósito de alterar y reescribir el pasado por encargo y para uso oficial, la mentira invade el campo de la historia, coloniza el mundo de las imágenes y las manipula, controla el marketing, y abrillanta la historia escrita para la propaganda.
Derrida señaló que, en 1943, Koyré advirtió “sobre el desarrollo del totalitarismo, de las máquinas propagandísticas, a las que, como dice, contrariamente a lo que suele creerse, les interesa mucho mantener la distinción entre mentira y verdad.
En lugar de socavar en cierto modo el valor de esa distinción, a esas máquinas propagandísticas les interesa mantener esa vieja pareja de conceptos para poder hacer justamente que lo falso pase por verdadero”.
En 1949 se editó la novela de George Orwell, “1984”. Su personaje principal, Winston Smith, trabajaba en el archivo del Ministerio de la Verdad, uno de los cuatro creados por el Partido y colaborador de la Policía de la Verdad.
Su tarea era manipular o destruir documentos para reescribir y falsear la historia, de modo “que las evidencias del pasado coincidieran con la versión oficial de la historia”.
“La mutabilidad del pasado es el eje del “Ingsoc” y, por eso mismo, “el pasado será lo que el Partido quiere que sea. “Y si es necesario adaptar de nuevo nuestros recuerdos o falsificar documentos, también es necesario ‘olvidar’ que se ha hecho esto”.
El ministerio del Amor estaba encargado de castigos, torturas y reeducación de miembros del Partido; el de la Paz debía procurar que la guerra fuera permanente; y el de la Abundancia, velar para que la gente viviera, bajo severo racionamiento, en el límite de la subsistencia. Las consignas del Partido pusieron el mundo al revés: “Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza". El fracaso, éxito. Lo negro, blanco.
En esos años, la mentira y el ocultamiento de la información referida al presente eran política de Estado en la Unión Soviética de Stalin, y en la Alemania de Hitler. También lo era la "reescritura del pasado" y su “continua alteración”, tarea que cumplía Winston Smith en el Ministerio de la Verdad. “Reformando” el pasado, el Partido demostraba ser infalible.
En “1984” está parte de la vivencia de Orwell en la Guerra Civil Española. Allí: “vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos. (...) vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según distintas «líneas de partido»”.
“Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia” (...) Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad. (...) El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controlan no sólo el futuro sino también el pasado”, observó.
Las afinidades entre los regímenes de Stalin y de Hitler, en materia de propaganda, manipulación y uso de la mentira, son enormes. Goebbels, parece un personaje de Orwell: "Gobernemos gracias al amor y no gracias a la bayoneta." "Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad." "Miente, miente, miente que algo quedará; cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá."
Rauschning, jerarca nazi, registró con fidelidad de taquígrafo monólogos de Hitler a los asistió como “oyente petrificado”. Un día, Rauschning intentó a explicar a Hitler planes de técnicos nazis para reducir la desocupación mediante financiamiento con inflación.
“La inflación se produce si uno quiere”, se indignó Hitler. La inflación no es sino falta de disciplina: indisciplina de los compradores e indisciplina de los vendedores. Yo cuidaré de la estabilidad de precios. Para ello tengo a mis S.A. ¡Guay del que se atreviera a subir los precios!”. Hitler se jactó de su poder “de simplificarlo todo”. “Las dificultades no existen más que en la imaginación”. Solucionarlas era cuestión de voluntad.
Para el régimen soviético la estadística debía subordinarse a postulados marxistas. Restringió su aplicación. Conceptos matemáticos que no encajaban en sus esquemas, fueron declarados “falsas teorías”, por decreto. Se clausuraron publicaciones académicas y prestigiosos expertos abandonaron sus investigaciones.
Controlar las estadísticas era tarea del Ministerio de la Verdad. A una historia oficial mutilada, correspondían datos estadísticos trucados o falsificados. La mendacidad afecta la salud moral de las personas y la sociedad.
Los regímenes autoritarios, y ahora los populismos que lo son o ambicionan serlo, fomentan la sustitución de la verdad por la mendacidad como sistema. La mentira no solo destruye la confianza: debilita la conciencia moral y la sustancia humana.-
En la actualidad gana espacio un modelo de comunicación política y gubernamental que en la construcción del mensaje privilegia la mentira.
Y todos sabemos que hay un modo de hacer frente a alguien al que no se pueda rebatir con argumentos: se trata de destruirlo hasta conseguir su muerte o exclusión social difamando su vida y su honor, algo que se practica muy a menudo y no solo en tiempos de guerra. Para esta sucia labor de difamación se puede ir directamente mediante las llamadas ‘palabras mordaza', o palabras de negativo significado con las que se nombra o alude a adversarios para que, una vez etiquetados, dejen de ser escuchados por los necios.
La mentira y la manipulación que ella conlleva sustentan acciones hipócritas, llenas de falacias y sobre todo de ataques grotescos y canallescos a los valores que conlleva la democracia. Sus mentiras y manipulaciones les lleva a apoyarse en una falsa libertad interesada, en la que hablan hipócritamente de libertad y se sustentan en un falso patriotismo.
Mienten y manipulan, porque creen que la sociedad es ignorante, y por otra parte culpan a quienes conforman la oposición de todos los males que padece el país, como la inseguridad, desempleo, hambre, miseria, pésimos servicios públicos, galopante corrupción y toda una laya de problemas, que sumen al ciudadano común, en el más absoluto y miserable estado de postración, impotencia y dolor.
El debate político libre, abierto y plural constituye una de las condiciones básicas para el buen funcionamiento del ejercicio político conforme al interés general, y para ello es necesario hablar, argumentar, entenderse y acordar en lo posible, sin el uso y abuso de los adjetivos que lesionan a quien se adversa políticamente. Constituye sin duda alguna, una de las condiciones básicas para el funcionamiento de una genuina y auténtica democracia.
La libertad de expresión es parte fundamental de los derechos fundamentales en una democracia. Y hay que defenderla siempre, hasta el final.
Pero esa misma libertad de expresión nos faculta para señalar y denunciar el uso deleznable de la mentira como arma política.
Con la actual guerra en Ucrania (en la cual la mayoría de ucranianos son utilizados para réditos ajenos) podemos constatar día a día el proceso de falsificación informativa. Estamos viendo cómo se focalizan con detalle ciertos hechos y se silencian otros, cómo se demoniza al enemigo para que así no haya escrúpulos a la hora de destruirlo, o cómo solamente se presenta una voz para ser escuchada, aunque esta voz sea la de los magnates de un país (EEUU) que acusa a sus adversarios de unas prácticas de las que ellos son especialistas, como han sido sus intervenciones, sutiles o armadas, en países soberanos y sin hacer caso en absoluto al derecho internacional. Son a este respecto ilustrativas las palabras de Noam Chomsky cuando se refiere a las innumerables víctimas silenciadas en el Yemen al bloquearse puertos por aliados americanos, los cuales con una sola orden a Arabia saudí salvarían a miles de niños de una muerte de hambre inminente. O cuando alude a la inmensa prisión de Gaza o a la invasión de Irak o Libia. O cuando vemos el desastre de Ucrania machacada sin piedad por invasores rusos debido a un conflicto que se podría haber evitado con diplomacia y evitando que la OTAN hubiera instalado armas apuntando a Rusia a dos pasos de sus fronteras.
La mentira debe tener un alto porcentaje de verdad para resultar más creíble. Y mayor eficacia alcanzará aún la mentira que esté compuesta al cien por cien por una verdad. Parece una contradicción, pero no lo es.
Se analizará a continuación cómo puede ocurrir eso.
La posmentira
Quienes se manifiestan al margen de la tesis dominante reciben una descalificación ofensiva que actúa como aviso para otros marineros Hoy en día todo es verificable, y por tanto no resulta fácil mentir. Sin embargo, esa dificultad se puede superar con dos elementos básicos: la insistencia en la aseveración falsa, pese a los desmentidos fiables; y la descalificación de quienes la contradicen. A ello se une un tercer factor: millones de personas han prescindido de los intermediarios de garantías (previamente desprestigiados por los engañadores) y no se informan por los medios de comunicación rigurosos, sino directamente en las fuentes manipuladoras (ciberpáginas afines y determinados perfiles en redes sociales). Se conforma así la era de la posmentira.
De ese modo, millones de estadounidenses se han creído una comprobada falsedad como la afirmación de Donald Trump de que Barack Obama es un musulmán nacido en el extranjero.
La tecnología permite hoy manipular digitalmente cualquier documento (incluidas las imágenes), y eso avala que se presente como sospechosos a quienes reaccionan con datos ciertos ante las mentiras, porque sus pruebas ya no tienen un valor notarial. A ello se añade la pérdida de cuotas de independencia en los medios informativos con la crisis económica. Han reducido su nómina de periodistas y han tenido que mirar no sólo a los lectores sino también a los propietarios y a los anunciantes. En ciertos casos, utilizan además técnicas sensacionalistas para obtener pinchazos en la Red, lo cual ha redundado en su menor credibilidad.
Con todo ello, se ha llegado a la paradójica situación de que la gente ya no se cree nada y a la vez es capaz de creerse cualquier cosa.
Muchos periódicos de Estados Unidos han verificado las decenas de falsedades difundidas por el presidente Trump (en enero ya llevaba 99 mentiras según The New York Times), pero eso no las ha desactivado. Y la prensa británica, por su parte, desmenuzó los engaños de quienes propugnaban la salida de la UE, pero eso no desanimó a millones de votantes.
La posverdad
Las técnicas para mentir y controlar las opiniones se han perfeccionado en la era de la posverdad: nada más eficaz que un engaño basado en verdades, o envuelto sutilmente en ellas.
La mentira siempre es arriesgada, y requiere de medios muy potentes para sostenerse. Por eso suelen resultar más eficaces las técnicas de silencio: se emite una parte comprobable del mensaje pero se omite otra igualmente verdadera. He aquí algunos ejemplos:
La insinuación. No hace falta usar datos falsos. Basta con sugerirlos. En la insinuación, las palabras o las imágenes expresadas se detienen en un punto, pero las conclusiones que inevitablemente se extraen de ellas llegan mucho más allá. Sin embargo, el emisor podrá escudarse en que sólo dijo lo que dijo, o que sólo mostró lo que mostró. La principal técnica de la insinuación en los medios informativos parte de las yuxtaposiciones: es decir, una idea situada junto a otra sin que se explicite relación sintáctica o semántica entre ambas. Pero su contigüidad obliga al lector a deducir una vinculación.
Eso sucedió el 4 de octubre de 2016 cuando Iván Cuéllar, el guardameta del Sporting de Gijón, salía del autocar del equipo para jugar en el estadio de Riazor. Recibido por pitos de la afición coruñesa, Cuéllar se detuvo y miró fijamente hacia los hinchas. La cámara sólo le enfocaba a él, y eso hacía deducir una actitud retadora ante los silbidos. Y como tal se presentó en un vídeo de un medio asturiano. De ese modo, se mostraban, yuxtapuestos, dos hechos: la afición rival que abucheaba y el jugador que miraba fijamente hacia los hinchas. No tardó en llegar la acusación de que Cuéllar había sido un provocador irresponsable.
Hubo algo que aquellas imágenes no mostraron: entre los aficionados, una persona había sufrido un ataque epiléptico y eso llamó la atención del portero del Sporting, que miró fijamente hacia allá para comprobar que el hincha era atendido (por el propio servicio médico del club). Una vez que verificó que así sucedía, siguió su camino. Tanto la presencia de los hinchas como sus silbidos y la mirada del futbolista fueron verdaderos. Sin embargo, se alteró el mensaje —y por tanto la realidad percibida— al yuxtaponerlos hurtando un hecho relevante.
La presuposición y el sobrentendido. La presuposición y el sobrentendido comparten algunos rasgos, y se basan en dar algo por supuesto sin cuestionarlo. Por ejemplo, en el conflicto catalán se ha extendido la presuposición de que votar es siempre bueno. Sin embargo, esa afirmación no puede ser universal, puesto que no se aceptaría que el Gobierno español quisiera poner las urnas para que sus ciudadanos votasen si desean o no la esclavitud. Sólo el hecho de admitir esa posibilidad ya sería inconstitucional, por mucho que la respuesta se esperase negativa. Primero habría que modificar la Constitución para permitir la esclavitud, y luego ya se podría votar al respecto. Por tanto, se ha creado una presuposición según la cual el hecho de votar es siempre bueno, cuando la validez de una consulta va ligada a la legitimidad y a la legalidad democrática de lo que se somete a votación.
A veces los sobrentendidos se crean a partir de unos antecedentes que, reuniendo todos los requisitos de veracidad, se proyectan sobre circunstancias que coinciden sólo parcialmente con ellos. Por ejemplo, en los denominados papeles de Panamá se denunciaron casos veraces de ocultación fiscal. Una vez expuestos los hechos reales y creadas las condiciones para su condena social, se añadieron a la lista otros nombres sin relación con la ilegalidad; pero el sobrentendido transformó la oración “tiene una cuenta en Panamá” en una figura delictiva que contribuyó a crear un estado general de opinión falseado. No es delito hacer negocios en Panamá y abrir para ello cuentas allí; pero si esto se expresa con esa oración sospechosa, lo legal se convierte en condenable por vía de presuposición.
La falta de contexto. L a falta del contexto adecuado manipula los hechos. Así sucedió cuando el diputado independentista catalán Lluís Llach recibió ataques injustos por unas declaraciones sobre Senegal. El 9 de septiembre de 2015, un periódico barcelonés recogía este titular, puesto en boca del excantautor: “Si la opción del sí a la independencia no es mayoritaria, me voy a Senegal”. De ahí se podía deducir que irse a Senegal era algo así como un acto de desesperación (y una ofensa para aquel país africano). De ese modo lo interpretaron algunos columnistas y cientos de comentarios publicados bajo la información. Sin embargo, ésta había omitido un contexto relevante: Llach creó años atrás una fundación humanitaria para ayudar a Senegal, y por tanto, lejos de expresar un desprecio en sus palabras, mostraba su deseo de volcarse en esa actividad si fracasaba su empeño político. En esa falta de datos de contexto se puede incluir la omisión cada vez más habitual de las versiones y las opiniones —que deberían recogerse con neutralidad y honradez— de aquellas personas atacadas por una noticia o una opinión.
Inversión de la relevancia. Los beneficiarios de esta era de la posverdad no siempre disponen de hechos relevantes por los cuales atacar a sus adversarios. Por eso a menudo acuden a aspectos muy secundarios… que convierten en relevantes. Las costumbres personales, la vestimenta, el peinado, el carácter de una persona en su entorno particular, un detalle menor de un libro o de un artículo o de una obra (como en aquel caso de los titiriteros en Madrid)... adquieren un valor crucial en la comunicación pública, en detrimento del conjunto y de las actividades de verdadero interés general o social. De ese modo, lo opinable o subjetivo sobre esos aspectos secundarios se presenta entonces como noticioso y objetivo. Y por tanto, relevante.
La poscensura
Hasta aquí se han analizado someramente (por razones de espacio y de lógica periodística) las técnicas de la posmentira y la posverdad. Pero los efectos perniciosos de ambas reciben el impulso de la poscensura, según la ha retratado y definido Juan Soto Ivars en Arden las redes (Debate, 2017).
En este nuevo mundo de la poscensura, quienes se manifiestan al margen de la tesis dominante recibirán una descalificación muy ofensiva que actúa como aviso para otros marineros. Así, la censura ya no la ejercen ni el Gobierno ni el poder económico, sino grupos de decenas de miles de ciudadanos que no toleran una idea discrepante, que se realimentan entre sí, que son capaces de linchar a quien a su juicio atenta contra lo que ellos consideran incontrovertible y que ejercen su papel de turbamulta incluso sin saber muy bien qué están criticando.
Soto Ivars detalla algunos casos espeluznantes. Por ejemplo, el apaleamiento verbal sufrido por los escritores Hernán Migoya y María Frisa a partir de sendos tuits iniciales de quienes confundieron lo que expresaban sus personajes de ficción con lo que pensaba el respectivo creador, y que fueron secundados de inmediato por una muchedumbre endogámica de seguidores que se apuntaron al bombardeo sin comprobación alguna. Lo mismo hicieron algunos periodistas que, para no quedarse fuera de la corriente dominante, recogieron sin más de las redes el manipulado escándalo, blanqueando así la mercancía averiada.
Esta inquisición popular contribuye a formar una espiral del silencio (como la definió Elisabeth Noelle Neumann en 1972) que acaba creando una apariencia de realidad y de mayoría cuyo fin consiste en expulsar del debate a las posiciones minoritarias. En ese proceso, la gente se da cuenta pronto de que es arriesgado sostener algunas opiniones, y desiste de defenderlas para mayor gloria de la posverdad, la posmentira y la poscensura. Así, el círculo de la manipulación queda cerrado.
La mentira como arma de manipulación
La mentira es fundamental en las Operaciones Psicológicas y es perfecta en la combinación entre la manipulación y el miedo. Los expertos del área manifiestan que la intención primaria es crear amenazas creíbles para generar comportamientos favorables a los intereses ocultos de los autores intelectuales de las maniobras.
La estrategia consiste en difundir videos e imágenes sin referencia temporal al igual que declaraciones, a través de notas de voz, sin ningún tipo de identificación ni identidad; solo producir contenidos con actores y actrices que perturben la psiquis social, arremetiendo contra la capacidad racional.
En esta guerra de cuarta generación la manipulación es sistemática contra el pensamiento colectivo mediante el componente emocional. Es por esto que observamos mensajes con contenidos nutridos de falsas emocionalidades que calan en el desconocimiento social, logrando generar emociones que justifican la mentira que encubre el deseo de una intervención extranjera.