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Sobre la antipolitica

antipolitica

La antipolítica en el sentido más común define la actitud de quienes se oponen a la política , juzgándola como una práctica de poder , así como a los partidos políticos y sus exponentes , creyéndolos, en el imaginario colectivo , abnegados en intereses personales y no en el bien común .

El término antipolítico se utiliza para describir a personas que rechazan el diálogo y las dinámicas políticas, lo que puede llevar a una mayor popularidad en ciertos contextos.

Además, también implica una falta de cortesía o consideración en el ámbito político, reflejando una postura impolítica que ignora las normas del debate y la interacción social.

Por asonancia con el término antipolítica, en sentido negativo-despectivo, se puede también significar directamente este tipo de pseudopolítica que se opone a la política propiamente dicha, que se dedica en cambio a salvaguardar el interés colectivo.

Ejemplos de uso: "El candidato se posicionó como un antipolítico, de ahí su gran popularidad".

"Negarse al diálogo es antipolítico".

"El discurso antipolítico típico considera que todos los partidos políticos son lo mismo".

"El voto antipolítico podría darle la victoria al candidato antisistema".

"Cada vez se escucha más un discurso antipolítico que considera a los políticos responsables de habernos llevado adonde estamos".

"Todos ls casos de corrupción producen la aparición del fenómeno de la antipolítica".

La decepción es el sentimiento de insatisfacción que aparece cuando no se cumplen las expectativas sobre un deseo o una persona. En la actualidad, la población se encuentra profundamente decepcionada de la política y sus representantes, y es por ello que surge un fenómeno denominado: antipolítica.

La antipolítica, se ha convertido en el sesgo predominante que guía a la sociedad, esto, lejos de ser algo positivo, constituye un problema para los que perseguimos el objetivo de establecer el orden, la justicia y la libertad, como principios fundamentales para una comunidad en continuo desarrollo. 

El ser antipolítico, es favorecer al caos, puesto que la participación en la política es fundamental para frenar a los enemigos de la libertad: la izquierda y la derecha mala, que a través de esta, nos imponen su agenda. 

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  ¿Quiénes deben ser representantes políticos? 

La persona que debe desempeñar la función de representante político es aquella que cumple –como mínimo– con tres elementos cruciales, a saber:

  1. Sabiduría: grado más elevado del conocimiento.
  • Entendimiento: inteligencia o sentido que permite obrar con buen juicio, sensatez y responsabilidad.
  • Experiencia: conocimiento obtenido a partir de la práctica prolongada.

Un individuo que contenga estas tres características mínimas, es un referente importante a ser tomado en cuenta como representante político, de manera que, la persona debe tener los conocimientos más elevados en política –que es el arte de gobernar–, debe ser inteligente y responsable, y debe contar con experiencia, esta última se obtiene a través de la acción política previa al ejercicio de gobernar, por ejemplo, desde la oposición, recordando que, para ser un buen gobierno, primero hay que ser una buena oposición. 

  ¿Quiénes no deben ser representantes políticos?

En el mismo orden de ideas, así como existen unos requisitos mínimos para ser tomado en cuenta como representante político, también hay que considerar lo que no debe ser. Y esto es precisamente lo que contradiga a la naturaleza, aquello que se oponga a la sabiduría, el entendimiento y la experiencia en el buen gobierno, porque actualmente hay muchos políticos estatistas que son expertos, pero en el mal gobierno. ¿Y cuál es el «buen gobierno»? Aquel que está limitado a cumplir con sus funciones propias.

Hoy por hoy, no hay políticos profesionales, es decir, que cumplan con las tres características mínimas descritas anteriormente, en nuestros gobiernos, lo que tenemos es una amplia lista de personaje improvisados –paracaidistas– que prueban suerte metiéndose en la política; tenemos a periodistas, actores, deportistas, doctores, empresarios, modelos y hasta comediantes, pero no hay políticos profesionales. 

hay que entender que la política no es una actividad vil ni despreciable, solo que se ha visto contaminada por los peores, los que no son adecuados para un buen gobierno, estos, constituyen la politiquería, y esa es la palabra que agrupa las definiciones más pertinentes para nuestro circo actual. Por otro lado, la política es asunto de todos, los representantes y representados, la sociedad en general, debe interesarse por ella, ya que esta se involucra en cada unos de los aspectos de nuestra vida.

En el mundo existe una aparente dualidad entre grupos e individualidades que ejercen la política sin ningún tipo de escrúpulo y con una fría percepción de la realidad, mientras otros la practican apegados a “la moral”, para exorcizarla de los males del poder. Tal oposición se inventa a partir de la obra de Maquiavelo, la verdadera bestia negra del pensamiento político, por diagnosticar la maldad y el crimen en la política, como en los negocios o cualquier otra actividad humana.

Gramsci, en coincidencia con el florentino, comprendió que la disyuntiva entre “principistas y realistas” había abierto el paso a esos “principistas” para emprender acciones condenables o cometer grandes errores, en la persecución de ideales que resultan finalmente traicionados. Hugo Chávez Frías declamaba a su salida de la cárcel de Yare, el 26 de marzo de 1994: “el MBR - 200 va a la calle, a la carga, a tomar el poder político en Venezuela y a mostrarle a los politiqueros cómo se conduce un pueblo al rescate de su verdadero destino…El 4 de febrero insurgimos para buscar cambios profundos para llegar a la profundidad de las estructuras con un mensaje de profundo cambio”.

La antipolítica se percibe a sí misma como el remedio definitivo de la política y como la manifestación honesta y genuina de la red pública.   Aunque no es aún un concepto acabado de la ciencia política, porque no ha sido integrado suficientemente en una obra sistemática que le dé condición de teoría, el término remite a fenómenos y procesos en los que movimientos de diferente orientación ideológica con fines variados irrumpen en sistemas políticos establecidos. 

En Latinoamérica existió en el siglo XX detrás de los caudillos y renació como una tendencia en los años ochenta cuando la confianza entre la ciudadanía y partidos políticos, y entre ciudadanía y Estado, experimenta un franco descenso, que responde en gran medida a los efectos generados por el modelo cepalista, desarrollado en toda la región y asumido como doctrina oficial por las organizaciones partidistas.

  Desaparición de los partidos

La antipolítica es una reacción universal y atemporal contra los partidos organizados, y en términos históricos es encarnada por personalidades caudillescas que fracturan el orden, con la promesa de reivindicar las injusticias sociales y erradicar los males originados por las instituciones corruptas e ineficientes. Se nutre de la negación y desaparición de partidos institucionales, a través de una narrativa seductora que plantea la necesidad de un verdadero líder, una especie de ungido que actúa en nombre del bien y la justicia, e inmune frente al virus de la gestión pública es capaz de solucionar los padecimientos de los más desfavorecidos.

Se valora a los partidos políticos como estructuras clientelares con intereses particulares que en nada promueven el bienestar de la sociedad y cuya dinámica resulta mezquina al dejar de lado al ciudadano en la conducción de los asuntos públicos. Pero la antipolítica no solamente se evidencia en conductas que menoscaban y desprestigian el esquema de partidos, sino que es principalmente una manera de hacer política que, como es natural, persigue el ejercicio del poder. Emprende prácticas que se enmarcan en el populismo, la despolitización y la desideologización, factores que afectan la polis.

En Venezuela estuvo adormecida hasta el gobierno de Jaime Lusinchi, cuando un grupo de intelectuales denominado Los Notables y encabezado por Arturo Uslar Pietri, en coincidencia con la izquierda, derrotados por Acción Democrática, iniciaron el descrédito hacia las organizaciones partidistas y las instituciones, campaña que también centró el foco en la relación extramarital del presidente adeco. Se mantuvo una prédica sistemática que cuestionaba las deficiencias de la democracia, que comenzó a ser percibida por sectores de las clases media de una manera negativa.

El grupo de intelectuales denunciaba la corrupción, el burocratismo y la ineficiencia económica, incluso cuando se apostó a la aplicación de medidas para revertir los problemas señalados. Se buscaba la implosión del sistema político mediante una campaña empresarial con la utilización de los medios de comunicación, que arreció durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez con el Gran Viraje. La reiterada exposición del carácter perjudicial del bipartidismo venezolano sirvió la mesa a la hoy enraizada revolución bolivariana.

  El líder emergente, un clamor

La antipolítica sitúa su razón de ser en la política, se alimenta y crece de la posición opuesta que cuestiona con vigor. Su oportunidad para la acción está en el deterioro o agotamiento de un orden consolidado, incapaz de responder a las demandas sociales del ciudadano, es allí cuando se conjuga el descontento con la necesaria actuación de un gran líder con vasta retórica.

Se asiste a la inevitabilidad del gendarme necesario de Laureano Vallenilla Lanz, quien dentro de su tesis del cesarismo democrático, expuesta en el siglo XX, promueve la presencia de una figura mesiánica y con mano dura para lograr la paz y el desarrollo de la sociedad. Mercedes Pulido sostiene que “el republicanismo purificador reconoce la democracia como el régimen ideal de gobierno, sin embargo asume que cuando el deterioro es profundo al punto que niega la posibilidad de vivir en democracia, se hace necesaria la dictadura restauradora de las virtudes cívicas ciudadanas”.

Pulido indica que es esa la referencia de las ideas del Movimiento Bolivariano Revolucionario-200, que tiene receptividad en “los civiles con tradición leninista que se abocan a sustituir la representatividad por la participación centrada en el poder del pueblo bajo una sola vía: caudillo-pueblo”. Y de allí inducen la confrontación entre organizaciones partidistas y sociedad civil, esta última denominada “pueblo”, conjuntamente con el desprecio a la separación de los poderes y a los partidos políticos. 

El golpe de Estado promovido en el Perú el 5 de abril de 1992 por el presidente Alberto Fujimori, es ejemplo ilustrativo de la antipolítica en la última década del siglo pasado, al desarrollar una “política no institucionalizada”. El entonces mandatario mediante aquella maniobra, que contó con el respaldo de las Fuerzas Armadas, disolvió el Congreso e intervino el Poder Judicial. Y en nueva alusión al descontento ciudadano como ingrediente básico para la implosión de la institucionalidad, de acuerdo a las encuestas del momento en el país andino, el 82% de la población aprobó la desaparición del parlamento. 

  Cualidades éticas

“Hay diferentes vertientes que abogan por el recorte de competencias de la política”, advierte Osvaldo Lazzeta, quien señala que la primera se fundamenta en “el descrédito de los políticos y su ineficacia para resolver los problemas más apremiantes de la gente, lo que conduce a una demanda de ética y de moralización de la política”. Otra, se enfoca en la despolitización de la economía, “sin embargo, economía y política, no constituyen mundos disociados, el mundo real de la economía se entrelaza tozudamente con el de la política y no existe demasiado margen para aceptar la supuesta autonomía de ambos mundos”.

En este modelo universal que contempla la “autonomización de la economía”, y la sobrelleva a una cuestión únicamente técnica libre de implicancias políticas y sociales, yace la exigencia de un outsiders, personalidades con sólidas credenciales académicas y profesionales, que guiadas por el empirismo y discurso pleno de deficiencias conceptuales, son arropadas por la gerencia pública y los avatares propios del ejercicio del poder.

El analista político Pavel Gómez plantea que en el ruedo de la antipolítica “algunas individualidades tienen cualidades morales y sapiencia que las convierten en notables (...) que sí comprenden cuáles son los objetivos supremos y cuáles los medios para alcanzarlos”. Otras de las claves que propone es que los errores en el cumplimientos de los grandes objetivos nacionales y en la resolución de problemas surgen de las pobres cualidades éticas de los ejecutores, más que de los incentivos del sistema político; y los problemas de la gestión pública serían resueltos mejor por gerentes, por jugadores independientes o por intelectuales que por políticos profesionales.

Con la victoria de Donald Trump, se inició la hora de la antipolítica en los Estados Unidos. El empresario, que suscitó importantes diferencias dentro del Partido Republicano-con el que fue a la contienda- representó la opción para desplazar al establisment que buena parte del electorado responsabilizó de no haber mejorado sus condiciones de vida. Con un discurso estridente, misógino, racista y nacionalista, el magnate hizo el trabajo.

  En Venezuela

Hugo Chávez llegó finalmente al poder en 1998, con el respaldo del Movimiento V República (MVR), Movimiento al Socialismo (MAS) y Patria Para Todos (PPT), tras un largo recorrido en el que se desarrollaron acontecimientos determinantes que desalojaron la casa para recibir al nuevo huésped: el chavismo.

La antipolítica inició su cruzada a través de campañas mediáticas, cuando se experimentaron en el país los coletazos de la crisis de la deuda. Se gestó el repudio contra las toldas, percibidas ya en ese tiempo como estructuras clientelares y corruptas.

La debacle del sistema político, que había logrado una institucionalidad e impulsado una movilidad social, había comenzado, aupada por intelectuales, hacedores de opinión, empresarios, directivos de medios de comunicación y sacerdotes. Replicaban la idea de que el modelo de aquella democracia civil o representativa ya exigía un reemplazo. 

La merma de los ingresos del ciudadano y la devaluación de la moneda, en el año 83, trastocaron la calidad de vida del venezolano, dieron origen a una serie de sucesos que ya profetizaban el fin del orden establecido y se fijaron en el ideario colectivo como la manifestación de un descontento general: el 27 de febrero de 1989 y los intentos golpistas del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992. 

  El estallido popular

Para la superstición general, extendida por grupos ilustrados, lo ocurrido el 27 de febrero de 1989 fue una rebelión social frente a la corrupción y el empobrecimiento de la gente, así como evidencia de un modelo incapaz de responder a las demandas de la mayoría. Comenzaba la agonía política, la confusión del momento promovió las divisiones dentro del partido de gobierno (AD) y el resquebrajamiento del esquema de partidos, conformado por AD, Copei y el MAS. Mientras, en la FAN empezaba el sonido de los sables. Más tarde, con la destitución de Carlos Andrés Pérez (1993) y el sobreseimiento de Chávez otorgado por Rafael Caldera, la corrupción y la pobreza de la mano del invento de moda el “neoliberalismo”, se convirtieron en “la plaga que se propagaba desde los partidos”. El virus había que erradicarlo a como diera lugar, incluso con sangre.

La remoción de Pérez revistió a Chávez de salvador, y liberado por Caldera y por la Corte Suprema de Justicia, corrió sin freno como candidato presidencial en medio de una descomposición integral. La antipolítica había dado el golpe de gracia. 

  Seductora narrativa

En torno a la crítica y negación de la política, se construye un discurso generalmente populista y emocional que busca imponer intereses, “comunes y verdaderos”. Prescinde de la persuasión y la promoción al debate, la discusión y la pluralidad, elementos inherentes a la democracia. La narrativa de la antipolítica, que no es más que un discurso político, enfila su artillería contra los dirigentes tradicionales, y sus acusaciones van dirigidas a la existencia de objetivos personales y a la incapacidad por interpretar la realidad social y actuar en función de ella. La retórica se edifica a partir de calificativos ajenos a la racionalidad, y al cuestionamiento, previa revisión de actitudes o condiciones personales del oponente, valoradas como inmorales o antiéticas. Determina además, la extemporaneidad o caducidad de dirigentes o “politiqueros” en el juego político, que los obligaría a abrir paso a una nueva generación, a “liderazgos sin vicios, renovados y frescos”.

Chávez sacó ventaja del descrédito de las instituciones democráticas inducido en las clases medias y desarrolló un discurso emocional y pleno de promesas para un “pueblo” que tantas veces prometió reivindicar de las injusticias perpetradas por la llamada IV República. La aparición del hombre fuerte, el anhelado mesías fue el producto de un malestar aupado por medios de comunicación, empresarios e intelectuales, precisamente cuando la democracia intentaba corregir sus fallas.

Misticismo, autoritarismo y redención se fundían en la imagen del militar que se dedicó a hablarle a los sectores más desasistidos, con los que generó una importante identificación y empatía desde una narrativa concebida para el sentimiento de las masas. “Bajé de Yare sin temor alguno. En la búsqueda de la transformación estructural que este pueblo requiere”, replicaba el teniente coronel, mientras así se gestaba el fenómeno emblemático y trascendental de la antipolítica venezolana. Pero la antipolítica siempre crea problemas iguales y peores de los que dice enfrentar.

Aunque es posible afirmar que en la década del 80 se reporta la aparición contundente de grupos antipolíticos, el discurso propio de la manifestación ya había resonado en Venezuela, en la voz de Renny Ottolina, candidato a las elecciones presidenciales de 1978, por el Movimiento de Integridad Nacional, que él mismo fundó de 1977. 


hr