Actualmente ha tomado mucha relevancia el empleo del término “falsos positivos” en el entorno geopolítico de Venezuela. Específicamente está el reclamo del sr nicolás maduro de que EEUU puede valerse de ese mecanismo para iniciar un conflicto armado con Venezuela, y en tal sentido declara lo siguiente: "... Estaban preparando un falso positivo contra la estructura, la plataforma que tiene la Exxon Mobil en el mar ..."
La revisión de los casos cobijados bajo el eufemismo “falsos positivos” no solo conduce a la pregunta sobre las fronteras entre la justicia ordinaria y la justicia militar, sino a una reflexión sobre la crisis del derecho de la guerra en el mundo actual.
fuente: https://razonpublica.com
Pero, ¿qué eactamente se quiere referir con el uso de dicho término, allende de la connotación militar asociada? La respuesta a esta interrogante, incita a adentrarnos en el origen del llamado “falso positivo” para comprender de manera integral su significado, por el amplio espectro de uso que ha tomado actualmente.
Origen del término “falso positivo”
La revisión de los casos cobijados bajo el eufemismo ➶ “falsos positivos” debe conducir necesaria y primeramente a la revisión de su origen como concepto estratégico. En ese orden de ideas, la categoría de “falsos positivos” fue surgiendo para nombrar el asesinato de civiles colombianos por parte de las fuerzas armadas que fueron legalizados como bajas en combate.
Pero luego, hay que citar una evolución de dicho enfoque, porque ahora se habla de la configuración de los falsos positivos como un problema de interés público que resultó que resultó de un escándalo noticioso y político en 2008. Esto es necesario para diferenciar las etapas de evolución de este crimen a lo largo del tiempo
El término “falso positivo” tiene diferentes acepciones que en el contexto colombiano han ido cambiando desde la errónea detección de enfermedades en medicina hasta el asesinato de civiles por parte de la fuerza pública para presentarlos como miembros de grupos ilegales abatidos en combate. Adicionalmente, existe un desfase entre la ocurrencia de los hechos (antes de 2008) y su publicación como noticia (después de 2008).
El fenómeno de falsos positivos no solo ocurrió, sino que, a través de un proceso de selección sobre qué hechos son relevantes o de interés para una noticia y, dentro de los hechos “relevantes”, cuáles y cómo presentarlos como noticia, los medios fueron una arena importante para la construcción del fenómeno de los falsos positivos como un problema público de interés general en el país.
Los medios influyen en los temas públicos que los individuos consideran más relevantes al forzar o reforzar la atención sobre ciertos temas -los publicados- en lugar de otros temas -los no publicados-
El término falso “positivo” no tiene su origen en el asesinato de civiles para presentarlos como bajas en combate, esta asociación solo ocurre en el contexto de guerra colombiano. Fuera de Colombia y fuera del contexto de guerra, el término se asocia principalmente al uso de estadísticas para pruebas diagnósticas que arrojan un resultado positivo cuando, en realidad, el fenómeno estudiado no está presente.
Ahora, en el contexto militar y de la guerra, un “positivo” significa una victoria sobre el enemigo, siendo un falso “positivo” una victoria inexistente o tergiversada. Así, en 2006, se produjo un escándalo de falsos “positivos” referido a carros bomba que inicialmente fueron presentados como acción de las FARC y que lograron ser desactivados por miembros de la fuerza pública. Sin embargo, resultaron ser montajes de miembros del Ejército con ayuda de la guerrillera desmovilizada alias “Jessica” para informar sobre los carros bomba, desactivarlos y presentarlos como positivos dentro de la política de Seguridad Democrática y, en algunos casos, cobrar recompensas por la información.
.De manera general, los medios utilizaban el término falso “positivo” en el año 2006 para señalar resultados falsos, exagerados o tergiversados en las acciones de la fuerza pública. Fue así como El Tiempo usó el rótulo de “falso positivo”16 para describir el caso de Carmen Julia Ospino Daza y Ómar Enrique Castillo Mora. Dos militares les ofrecieron, en 2006, trabajo en Tomarrazón (Corregimiento de Riohacha) y, horas después de su llegada al corregimiento, fueron asesinados y presentados como muertos en un enfrentamiento con el frente 59 de las FARC.
.El año 2008 comenzó con nuevas denuncias de falsos positivos. El 5 de enero, El Tiempo reporta un presunto falso positivo ocurrido en Suarez (Cauca) donde, según la versión de los militares, 3 jóvenes se opusieron a ser capturados por el Ejército y comenzaron a disparar. Los militares respondieron al fuego y, en el enfrentamiento, murieron estos 3 jóvenes que eran supuestos miembros de una célula rural de las FARC. Sin embargo, según personas que conocían a los jóvenes, los militares llegaron a las casas de los jóvenes, se los llevaron a la fuerza y los asesinaron. Casos similares se reportaron en febrero y marzo, y, en abril de 2008, se reportó la condena de 29 militares por su participación en masacres y homicidios.
Los falsos positivos han sido asociados a un modus operandi particular: militares ofrecían un trabajo a personas jóvenes de clases populares, para luego asesinarlas y presentarlas como bajas en combate, alterando las escenas de los hechos al poner armas en las manos de las víctimas. Sin embargo, este patrón solo ha sido identificado al comparar múltiples casos a lo largo de varios años.
En septiembre de 2008, se conoció la historia más emblemática de las ejecuciones: el caso de los jóvenes de Soacha. El 26 de septiembre, la revista Semana publicó el artículo “¿Falsos positivos mortales?” que relataba la historia de 19 jóvenes de Soacha entre 17 y 32 años: habían sido “presuntamente” engañados con promesas de trabajo en Ocaña, donde el Ejército los asesinó para presentarlos como muertos en combate.
Al darse cuenta de que eran varios los casos de Soacha, las familiares de las víctimas comenzaron a trabajar juntas para “dar a conocer la vida e historia de cada una, a buscar caminos para que esto no se quedara en el olvido”. Gracias a este trabajo colectivo, surgió en 2008 el grupo de Madres de Falsos Positivos de Suacha y Bogotá (MAFAPO), que en 2018 se constituyó formalmente como una fundación, nombrando a Jaqueline Castillo como presidenta y a Ana Delina Páez como vicepresidenta.
Tras el escándalo de los casos de Soacha, el cubrimiento mediático aumentó. Era la coyuntura del momento, pero, había más casos, que configuraban un escándalo de falsos positivos que señalaban al Ejército como asesinos de civiles desarmados.
Ahora, antes de analizar las versiones contrapuestas que surgieron alrededor de las ejecuciones extrajudiciales, es necesario preguntarse ¿Por qué fue Soacha ese punto de inflexión? En mayo de 2007, la Procuraduría reabrió 131 procesos por falsos positivos que la justicia militar había archivado33 . En marzo de 2008, la Comisión Colombiana de Juristas publicó un informe reportando que en el Meta hubo 287 asesinatos extrajudiciales34. En abril de 2008, se informa de la existencia de 748 militares vinculados a investigaciones por ejecuciones extrajudiciales 35 y, en septiembre de 2008, tan solo dos semanas antes del escándalo de Soacha, se conoce que entre la Procuraduría y la Fiscalía existían 3.456 procesos abiertos contra miembros de la fuerza pública36, de los cuales entre 900 y 1000 correspondían a procesos por muerte de civiles fuera de combate. Cualquiera de estas noticias sería un escándalo nacional fuera de Colombia, pero en el país parecían pasar desapercibidas estas noticias, hasta que se informó el caso de Soacha.
Las palabras de la guerra en Colombia han sido estudiadas desde múltiples perspectivas.En los últimos quince años la noción falsos positivos ha tomado relevancia en campos del orden político-militar, periodístico, de los DDHH y académico, desde donde se han asignado significados y contenidos de representaciones limitadas. Desde una perspectiva más amplia, la noción falsos positivos pertenece a la gramática y a la dramática de la guerra moderna colombiana, pues emerge en un contexto de conflicto armado interno, debido al afán de mostrar resultados de combate ante las FFAA (moral y valor de las tropas), ante la opinión nacional (una dosis diaria de muerte) e internacional (eficacia, eficiencia de los recursos bélicos por cooperación, control soberano local y regional), para demostrar que se estaba ganando la lucha antiterrorista y así brindar a la población (principalmente urbana) cierta sensación de seguridad y partes de victoria.
Como todas las palabras de la guerra esta noción encubre los sucesos hasta trivializarlos; surge al espacio público desde la publicación número 34 de la revista Noche y Niebla del CINEP (2006) y desde 2008 adquiere resonancia en los medios de comunicación del país, por presiones continuas realizadas por el movimiento de DDHH, especialmente por las Madres de Falsos Positivos de Bogotá y Soacha -MAFAPO y sus luchas emprendidas por la memoria de sus familiares desaparecidos, torturados, asesinados y presentados ante la opinión pública por las FFAA como miembros de alguna OAML dados de baja en combate.
PROYECCIONES, DESAFÍOS, OBSTÁCULOS
En la gramática de la guerra moderna colombiana (bajo las reglas del decir de la Política de Seguridad Democrática), la noción falsos positivos desempeña un juego discursivo de igualación (que comprueba lo señalado por Nietzsche, 1873, 6: “Todo concepto se forma igualando lo no-igual”), para referirse a los más de 6.402 casos de personas desaparecidas, torturadas, asesinadas y presentadas por las fuerzas armadas como miembros de una OAML positivo de combate. En conjunto con otras y dentro de este juego, esta noción cumple funciones (i) despolitizadoras de la inconformidad social producida por la realidad de la guerra, (ii) neutralizadoras del dolor y sus impactos más sangrientos y a su vez, (iii) distorsionadoras de la magnitud de los hechos.
El discurso político de la guerra legitima prácticas violatorias a DDHH y al DIH, al hacerlas pasar por casos aislados, manzanas podridas, errores, omisiones del deber, engaños de la soldadezca, vicios de las FFAA, narcotráfico. De fondo, su fundamento es la impunidad: el costo en vidas no es importante, solo importa el negocio de la guerra, los intereses del sistema bélico, en los términos de Richani (1997), en el que se conforma una política económica bélica, con reglas aplicables de oferta y demanda (de armas, logística, capacitación humana, contratación y mercenarización) y una dosis diaria de terror que fomenta la cotidianización y naturalización de la violencia, y que a su vez provoca la “unidad por el crímen”, el “pacto de sangre” (Bauman, 1999, 23-24). De aquí la opción por una paz militarizada “para disuadir”, entrevista CEV, 5:04:07), de amnistías a soldados, paramilitares y guerrilleros (entrevista CEV, 5:01:24 y 5:02:27). El escenario de posguerra, por tanto, es de olvido, “borrón y cuenta nueva” (entrevista, ib.), amnesia, amnistía. Lo importante siguen siendo los recursos económicos de la Nación o los capturados por cooperación, destinados a la guerra, a su prosecución así se esté en tiempos de paz. Así, la paz en Colombia sigue su tránsito en medio de la guerra, a pesar de la guerra, por la guerra; al igual que su memoria se construye en la belicosidad de las acciones de todas partes y en la confusión, en el olvido: narcoparamilitarismo, narcoguerrillas, crímen común, ejército, policía, etc.